November 18, 2024

¿Quién ha decidido que determinados personajes sean nuestros referentes educativos?

Author: Jordi Martí
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¿Quién ha decidido que determinados exiliados de las aulas o mamporreros universitarios, que dejan su clase en manos de becarios para irse a evangelizar, sean los que dan ideas acerca de qué hacer en ellas? ¿Quién ha decidido que un personaje como, el recientemente fallecido, Ken Robinson se convirtiera en el gurú de la creatividad desde púlpitos muy alejados de la realidad de un aula convencional? ¿Quién ha vendido la milonga de que Finlandia, uno de los países con mayor tasa de suicidios, debe ser el espejo educativo al cual mirarse? ¿Quién ha vendido la mejora educativa a una organización económica como la OCDE y al Banco Mundial? En definitiva, ¿quién decide el valor que se da a determinados personajes, metodologías, herramientas o, políticas educativas, bajo el pretexto de mejorar la educación? Porque, que yo sepa, no han sido ni los alumnos, ni los docentes ni, muchísimo menos, los padres y madres más preocupados por acabar sus largas y eternas jornadas laborales para poder estar un poco con sus hijos.

Llevo algunos años observando la tendencia de mediatizar y encumbrar a determinados personajes. Hay aspectos de los mismos que, curiosamente, son un calco de modelos empresariales como, por ejemplo, los que se exportan desde Silicon Valley o de ámbitos más relacionados con el nivel de ingresos que a uno se le puede suponer. Ya no es sólo el mediatizar a toreros, tonadilleras y, personajillos que nos llenan la parrilla televisiva. Es la necesidad de trasladar ese modelo banal, lleno de frases prefabricadas de nulo significado, al contexto educativo. No creo que ninguno de esos referentes educativos que nos están vendiendo sean ejemplo de nada. Y aún menos, ejemplo de lo que debería hacerse o cómo hacerlo. Eso sí, se sabe vender muy bien el asunto. Demasiado bien. La cantidad de primos que nos rodean y la falta de sentido común están a la orden del día. No solo en ámbitos culturalmente desfavorecidos ya que, curiosamente, son también aquellos a los que se les supone un determinado nivel cultural por la profesión que ejercen los que caen en sus redes. Sí, hay médicos que defienden la homeopatía y algún físico que otro que avala tesis acerca de las relaciones negativas de las ondas wifi. El analfabetismo intelectual ya no sólo depende de los estudios ni de la profesión que uno ejerce. Ya es algo que va mucho más allá de lo anterior.

Uno puede entender la necesidad, por dinámicas marcadas a fuego a lo largo de muchas décadas, de buscar religiones y dioses. Bueno, seamos sinceros, para justificar lo absurdo de lo anterior, uno se queda con profetas que, con una labia adecuada y estando en el momento justo, se permitieron y están permitiendo el lujo de predicar modelos infalibles. Que ya lo de vender resultados no interesa porque, ¿vosotros conocéis a alguien que haya vuelto de la muerte para explicar si hay cielo o infierno? Bueno, ¿alguno de vosotros ha visto realmente un OVNI sin haber abusado de la cazalla o de otras bebidas de contenido alcohólico similar? Pues mirad cómo lo venden en Cuarto Milenio y cómo se lo tragan algunos. No son sólo las Caras de Bélmez, es la interpretación interesada y torticera de ciertas cosas para que algunos ganen dinero con ellas, otros vivan de sus problemas mentales y, finalmente, otros muchos vayan en peregrinación a lugares tan absurdos como los anteriormente mencionados.

Decidir a qué dotar valor absoluto es la clave de cualquier estrategia que lleve a controlar ciertos aspectos de un contexto. Y, en este caso, queda claro que el contexto educativo debe estar controlado por alguno con sus pintamonas, magos y, por qué no decirlo, dioses. Dioses infalibles, metodologías montables y desmontables según se tercie y, un gran club de acólitos que se hallan acojonados por no saber cómo hacer su trabajo. Vamos a ser serios de una vez y a dejarnos de comer ese ternasco a baja temperatura con migas de arce cazado a primera hora del alba y transportado por camellos yemeníes para comer algo más consistente y ,sin dejarnos tanto dinero en lo anterior porque, sinceramente, esto de algunas cartas de restaurantes se parece demasiado a esas esperpénticas comuniones para la que más de uno debe pedir un préstamo personal.

Nos rodea el magufismo educativo, los referentes que nadie sabe quién ha denominado así y, por qué no decirlo claramente, un modelo interesado de venta de un modelo educativo que en quien menos piensa es en los alumnos. Eso sí, todo está lleno de humitos de colores, globitos colgados y una bonita traca final. Que, como dicen algunos, lo de vender tiene mucho de arte. Y más cuando lo que se quiere vender es, simplemente, un traje a un emperador que sigue estando desnudo por mucho que algunos sastres hayan cobrado por las telas, otros tengan elevada miopía y, muchos más no se atrevan a cuestionárselo porque piensan que quizás ellos son los que son incapaces de ver que el personaje va en pelotilla picada. Eso sí, por suerte siempre nos quedará ese niño o… quizás no.

Finalmente deciros que, publicar un libro sobre emociones educativas, aulas de monte o playa, pedagogías emergentes o, simplemente ficciones educativas en tiempos de pandemia y, además difundirlo en las redes sociales mientras un nutrido grupo de palmeros aplaude esa publicación, lo único que hace es ratificarnos a los que pensamos que todo esto se nos ha ido de las manos. La educación es la que hacen referentes que, en estos meses con alumnado o sin él, están extenuados hasta el infinito y más allá. Si alguien a estas alturas de la película, en un contexto tan complicado como el actual, aún tiene tiempo de seguir vendiendo pedagogía enlatada, sus libros, su academia o publicitar determinados servicios y/o productos, ya sabemos que no es ningún referente educativo. Es otra cosa.

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