La necedad, terquedad de insistir en insistir, de poca flexibilidad, del pensamiento inamovible. Uno pensaría que la firmeza con la que se empeña Diane Wilke en producir, durante un periodo de alrededor de dos años pinturas únicamente en tonos azules viene de un lugar de extrema certeza.

Que el azul surge como respuesta del color absoluto, la panacea de su obra. Que en un solo tono la artista ha encontrado suficiente comunicación para durarle toda la vida y que el reto del círculo cromático se puede desechar para abrir paso a un azul decidido. Manifiesto Azul.

Pero esta convicción no sería precisamente necia y la verdad es que cada obra vacila en su necedad. Las líneas de tinta, oleo y acrílico gritan inseguras: “¿Estás segura de que no quieres abrir la lata de verde?”

Cada figura parece confrontar la decisión testaruda y preguntarse de manera cada vez más profunda de dónde proviene el empeño de pasar unos años monocromáticos.

Así las piezas existen en una necedad sin explicación aparente, pero con toda la intención de aferrarse a su decisión de ser así: azules. Y como espectadores nos viene bien. La consistencia cromática abre paso a la diversidad en aspectos más minuciosos, donde los símbolos se sobreponen a sí mismos y así como el azul y la menina se retienen, el sentido rígido de lo que implican se desvanece y se abre a la polisemia. A la interpretación. A que la menina no sea menina ni el azul sea azul.

En la galería principal, El Rojo, se pueden apreciar las distintas formas que el azul toma en esta exploración. Las dos bandas de montañas azules son retratos de lo más inamovible y estático del paisaje, llevadas a una encáustica delicada y traslúcida que contrasta sujeto con técnica.

Las pinturas en bastidores conjuntan meninas, aves, perros, retratos anónimos y caligrafía que son referencias, cuyo límite entre históricas y personales se desdibuja al ser tratadas en el azul democrático.

Necios Azules
Diane Wilke
El Rojo de Tacubaya
Joaquín A. Pérez 6
San Miguel Chapultepec

Ruta de Galerías 2019

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