Ojalá fueran educentadas… pero no lo son
Author: Jordi Martí
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Me encantaría poder escribir una entrada en clave de humor acerca de inocentadas educativas. Sería maravilloso estar en la vieja normalidad, que el sistema educativo funcionara medianamente bien y que, por fin, los políticos abandonaran sus luchas ideológicas en busca de un bien mayor. Sería fantástico pero, por desgracia, sabemos que no es así. Es por ello que voy a exponer algunas cosas que han sucedido -y siguen sucediendo- en el ámbito educativo que, ojalá fueran “educentadas” pero que, lamentablemente, no lo son.
La primera educentada es la de aprobar una ley educativa al margen de la opinión de la comunidad educativa y siguiendo criterios ideológicos. Una educentada que se repite desde siempre y que, por desgracia, no tiene visos de desaparecer. Además, curiosamente, leyes educativas rebautizadas con el nombre del Ministro o la Ministra de turno.
Otra de esas educentadas es ver qué libros de educación son los más vendidos en las librerías (tradicionales y online). No podemos menos que echarnos las manos a la cabeza al ver en el top ten libros que, lo único que demuestran es cómo ha sabido venderse el/la interfecto/a que los ha escrito (o que ha mandado, en algunos casos escribir, a terceros). Mediatizar un libro no hace que el mismo sea más o menos bueno. Y, en el ámbito educativo, salvo contadas excepciones, tenemos una gran cantidad de morralla encabezado ese top ten.
Si queréis hablamos de la educentada de las pruebas PISA que, al final cada uno interpreta como le da la gana y que, curiosamente, están realizadas por organizaciones muy poco educativas. Añadamos los premios educativos otorgados por empresas armamentísticas y los consejos de Bill Gates como experto en educación. Hay fundaciones que se las traen y que, por lo visto están muy bien posicionadas. Además, se les hace más caso que al pobre docente de a pie, al alumno que está en el aula o a la familia que ve los déficits de una escuela cada vez más infantilizada.
Lo de la educentada de que “memorizar es malo” o que “lo importante no es saber, es saber explicar con una metodología que enganche al alumnado” es algo que tiene mucho de tintes de querer cargarse la escuela. Ya si añadimos el permitir subvencionar escuelas que segregan con dinero público, por razón de raza, sexo, religión o nivel adquisitivo de las familias, ya tenemos una de las mejores educentadas desde mediados de los ochenta.
Podría seguir con la educentada de las TIC, los que se certifican por una multinacional, los que creen que el software libre es mejor y además más barato o, simplemente, con los que les importa entre poco y nada la privacidad de los datos de su alumnado porque, como ya tienen móvil Android, ya se han vendido a Google y que, como lo permiten las familias, en la escuela no debe ponerse contrapeso a lo anterior. Si en casa los chiquillos ven como se abofetea a su madre o, simplemente se critica a inmigrantes o a homosexuales, supongo que tampoco deberíamos contraponer otra visión desde las aulas. Es que hay cada educentada que para qué.
Hay una gran ristra de educentadas que, al final no lo son tanto. Añado finalmente la de criticar las clases magistrales desde un vídeo magistral, la de creer que unos son más o menos amigos míos en función de si están en un circulito que he publicado en Twitter o, simplemente, la necesidad de argumentar en educación según la ideología de uno o la secta a la cual se haya unido.
En definitiva, creo que no es un buen momento para inocentadas educativas porque, al final, las educentadas tienen demasiada dosis de realidad. Y lo que nos espera porque, si a mí me llegan a decir hace un año que mi hija daría clase con manta y con las ventanas abiertas a cero grados en el exterior, le hubiera dicho que no colaba 🙁
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