Características de un buen docente
Author: Jordi Martí
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Un buen profesional de la docencia solo debe tener dos características: saber mucho de lo suyo y saber explicarlo con los recursos que tenga disponibles en cada momento. Es por ello que, salvo a los que les guste la magia o crean en unicornios multicolores, amén de la existencia del país de la piruleta, lo que deberíamos tener en cuenta son solo esas dos claves. Si uno no sabe de lo suyo, no puede saber explicarlo. Y si uno no sabe explicar y debe acudir a medios de apoyo, sin los cuales no sabe dar clase, es que tampoco es un buen docente.
Por tanto, según la premisa anterior, debería quedar claro que hay algunas cosas que no tienen ninguna influencia en que uno sea un buen o mal docente. Entre ellas el haber sido nombrado para un premio educativo, el estar certificado por una multinacional o por una empresa, el hacer tropocientos cursos de formación en cuestiones que no impliquen una mejora de sus saberes, el tener chorrocientos seguidores en las redes sociales, el tener un blog, el tener un canal de YouTube, el ser formador en cosas que nada tienen que ver con la materia que imparte, etc. Lo anterior te hace ser un buen community manager, un buen vendedor, un buen estratega de mercadotecnia e, incluso en el caso de investigaciones educativas, un buen investigador. No está relacionado lo anterior con valer para dar una clase porque, como he dicho al principio, dar clase es algo que tiene sus requisitos. Y entre esos requisitos no está ninguno de los parámetros que pueden inferirse de lo que se muestra -o se pueda mostrar- mediáticamente. Por cierto, añado a los requisitos que no te hacen mejor -ni peor- docente, el hecho de usar una metodología X o simplemente el crear tus propios materiales. La calidad docente se demuestra en el aula. Fuera de ella lo que se está diciendo/vendiendo son ilusiones, más o menos edulcoradas. Incluso la crítica que, en ocasiones algunos hacemos a ciertas metodologías, no tiene nada que ver con las claves para ser un buen docente porque, a lo mejor y salvo casos flagrantes de aberraciones metodológicas o creencias (inteligencias múltiples, por ejemplo), el docente que las usa sabe de lo suyo y le va bien usar esa metodología. Pero no es extrapolable porque, como bien deberíamos saber, lo que funciona en un sitio a lo mejor no funciona en otro.
Publicar un libro sobre educación no te hace mejor docente. Hablar en las redes de un alumno que, puntualmente y de forma descontextualizada, te da las gracias por tu trabajo, tampoco hace que seas un buen docente. A ver, ser un buen docente tampoco puede medirse en la cantidad del alumnado que tienes que va a aprender porque, al final se trabaja con personas y las personas, por mucho que sepas y sepas explicar, van a conectar o desconectar en función de diferentes casuísticas. Por eso es muy complicado establecer un sistema de evaluación del profesorado que, además sabemos que va a premiar cosas cuantificables (como por ejemplo tener un B2 de un idioma extranjero) que, como es lógico, tampoco dice si eres mejor o peor docente.
En caso de trabajar con alumnado, a diferencia de una empresa que fabrica tornillos y puede establecer unas métricas y un sistema de calidad industrial, es muy complicado analizar cuáles son los factores que van a hacer que mejore la educación. Y entre esas claves está la profesionalidad de los docentes. Tan solo hay dos opciones para saber si hay buenos profesionales en el aula (y que sigan siéndolo una vez superen cualquier proceso selectivo): un sistema de inspección en condiciones que, en lugar de burocracia se dediquen a evaluar a los docentes (para lo que también tienen que saber de docencia) y una evaluación entre pares de docentes de sus asignaturas. Es complicado pero sí que se puede. Eso sí, evaluar el sistema -y no solo a los docentes- requiere de un buen diseño objetivo pero, por desgracia todos los intentos de hacerlo, se han basado en evaluar cosas que nada tiene que ver con lo que el docente sabe y cómo lo imparte.
No es una crítica al profesorado que comparte, que vende determinadas cosas o, simplemente que intenta encontrar subterfugios para poder hacer algo con determinada tipología de alumnado. Es, simplemente, recordar que a pesar de las luces y las bambalinas, lo que es importante es saber qué sucede en el aula. Algo que va a depender de lo que sepa el docente (que tiene que saber mucho más que el alumnado y por eso nos debería chirriar el discurso que dice que debemos aprender del alumnado) y de las habilidades en comunicar lo anterior para que el alumnado aprenda.
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